lunes, 28 de abril de 2014

La fortaleza de Barad Gil-Dûr

NOTA: Para aprovechar un poco este blog, que tiene más telarañas que la morada de Ella-Laraña, subiré algún que otro texto relacionado con las partidas de rol que dirijo cuando las circunstancias lo permiten. Así de paso los jugadores dispondrán de información que por motivos de tiempo no se pudo dar al final de la partida.

Los aventureros contemplaron como las llamas ascendían y consumían la estructura de la antigua fortaleza antes de iniciar el camino de vuelta. Tal había sido su empeño a la hora de prender fuego a esta antigua morada del mal, que casi no le dieron tiempo al mago a salvar aquellos textos númenóreanos que habían encontrado y que tenían un valor incalculable, por no olvidar las riquezas en oro y joyas que les permitirían mejorar su nivel de vida, al menos durante unos meses.

Echando miradas un tanto nerviosas a su alrededor, los aventureros se alejaron rumbo Minas Anor, mientras la antigua fortaleza de Barad Gil-Dûr se consumía y se derrumbaba causando un gran estruendo, lo que les hizo dar un respingón y detenerse para ver la consumación de su obra. Tras unos minutos en silencio, viendo como la última de las torres ardía y se derrumbaba, retomaron su camino.

La vuelta a casa, si es que una ciudad extranjera en la cual no se tiene un hogar se puede consirar la casa de uno, fue menos monótona que el viaje de ida. Arkhanor Nolmondil estuvo la mayor parte del tiempo revisando los viejos pergaminos y los libros que habían rescatado, buscando pistas e indicios que le indicasen donde comenzar su búsqueda de las gemas del Guantalete del Destino, mientras la elfa Ilthea, Olaf, del pueblo de los Beijabar y el enano Vindalf conversaban entre sí, observando con curiosidad a su compañero mientras murmuraba entre dientes párrafos de olvidada sabiduría. De tanto en tanto Arkhanor se unía a ellos y les hablaba de la misión que tendrían que llevar a cabo en un futuro no muy lejano, porque evidentemente daba por sentado que ellos iban a participar, que para algo habían explorado la ciudadela de Barad Gil-Dûr y se habían enfrentado al malvado Ârduthakor, y que no todo iba a ser saquear ruinas antiguas en su vida. Para ser un excéntrico y solitario mago, era un pelmazo de mucho cuidado.

Durante su viaje se detuvieron en varios puestos del ejército de Gondor para dar parte a las autoridades de lo que habían encontrado y del destino de los desaparecidos en las tierras de Ithilien, pero las autoridades no hicieron mucho caso, tomaron nota de su declaración y afirmaron cansadamente que “lo investigaremos”, antes de pasar a otros asuntos tal vez más interesantes o apremiantes.

Al regresar a Minar Anor, Arkhanor dio buena cuenta de todo el material que habían salvado y durante semanas lo estuvo estudiando con detenimiento sin apenas dar señales de vida, encerrado en su vieja mansión. También intentó en varias ocasiones concertar una audiencia con el rey Tarondor pero sin conseguirlo. Un día, mientras los tres aventureros estaban en la “Taberna del Alce” bebiendo y hablando tranquilamente, Arkhanor llegó a dando grandes pasos. Se sentó, le quitó la jarra de cerveza a Vindalf, y ante su atónita mirada la vació de un trago y les comenzó a explicar lo sucedido. Había sido imposible hablar con el Rey, sólo, cuando por fin atendieron a sus reclamaciones, fue atendido por un funcionario de la Casa Real que tomó nota de los regalos que les enviaban por parte de los aventureros y del relato de lo que les había acontecido para que informarle de que “pondría en conocimiento del rey no sólo sus presentes sino su declaración”. Arkhanor estaba furioso “¡malditos cortesanos!, ¿como osan tratarme así?, ¡yo, que fui miembro del Consejo Real de sus majestades Minardil y Telemnar , merezco una atención más grande!, ¡y aunque fuese un pordiosero!, gritó antes de llenar de nuevo la jarra del enano y volverla a vaciar ante su atónica mirada. “¡Bueno, no pasa nada, aún sigo teniendo amistades en la Corte y usaré toda mi influencia o lo poco que quede de ella para llegar hasta el Rey. Puede que no sea miembro de la Corte en estos momentos, pero muchos aún me deben favores y el nombre de Arkhanor aún es respetable en Minas Anor”. Los aventureros se quedaron estupefactos ante la reacción del viejo mago, pero le vieron con un impetu que nunca hubiesen imaginado que albergase en su interior. “No os pongáis cómodos, esto ha sido el principio. Hemos de encontrar esas gemas antes que Ârduthakor las encuentre. Ahora estará recuperando su poder”. “No, no me miréis con esa cara, sí, le habéis matado dos veces, pero una de ellas resucitó de inmediato y en la segunda el Guantelete huyó con la mano de del mago en su interior, lo suficiente para obedecerle y cumplir su objetivo, devolverle a la vida. Tal vez su cuerpo ardiese en la torre, pero en cuanto reúna la suficiente esencia vital, renacerá de sus cenizas, y si recupera todo su poder......¡hemos de impedirlo, y vosotros tres me ayudaréis!” dijo mientras llenaba por tercera vez la jarra del enano, ante su furibunda mirada.

***

Los aventureros contemplaron como las llamas ascendían y consumían la estructura de la antigua fortaleza antes de iniciar el camino de vuelta, mientras una mano metálica recorría fuera de sus miradas los muros de Barad Gil-Dûr, solteando las llamas que comenzaban a lamer las paredes de las torres. Pronto llegó a la torre occidental y detectó con más fuerza la esencia vital que había percibido. Cinco figuras intentaban abrir sin resultado un rastrillo, cinco orcos que estaban al servicio de su amo. “¡Holgazanes, con más brío!, ¡Hemos de salir de aquí o moriremos consumidos por el fuego!, ¡malditos patanes!”, gritaba una áspera voz en una lenguaje osceno mientras se escuchaban gemidos de vano esfuerzo. De pronto el orco que había hablado se volvió, tras haberle parecido escuchar algo a sus espaldas, sólo para ver como una sombra se abalanzaba sobre su rostro. Sus compañeros observaron estupefactos lo que sucedía, antes de intentar huir, presas del pánico. Minutos después, cinco orcos, completamente consumidos y de los cuales sólo quedaban despojos, poco más que piel y hueso, yacían repartidos por la torre, mientras una mano metálica avanzaba rápidamente hacia la torre oriental.

Tras llegar a su destino se dirigió hacia el cuerpo de su amo y se unió a él. El hueso se fusionó con el hueso, el tendón con el tendón, el músculo con el músculo, mientras la sangre comenzaba a recorrer las venas, los pulmones se llenaban de aire y las heridas se cerraban a gran velocidad. Al cabo de unos minutos una figura, llena de ira y odio, se alzaba de nuevo. Tras asegurarse de que se encontraba solo y tras comprobar de que no tenía mucho tiempo para huir antes de que la torre se derrumbase, se dirigió al centro de la sala, miró hacia el gran Ojo que había representado en el muro y comenzó a pronunciar palabras antiguas de poder. El Gran Ojo comenzó a brillar mientras la estructura en la que se asentaba comenzaba a desplazarse rotando en la pared de izquierda a derecha para, por fin, detenerse con un brillo rojizo. El mago habló en una lengua aspera y odiosa mientras se arrodillaba, y del Gran Ojo surgió una espesa oscuridad que le envolvió, justo antes de que los productos químicos que se encontraban en los sótanos explotasen y derrumbasen por completo la torre.