NOTA: Para aprovechar un poco este blog, que tiene más telarañas que la morada de Ella-Laraña, subiré algún que otro texto relacionado con las partidas de rol que dirijo cuando las circunstancias lo permiten. Así de paso los jugadores dispondrán de información que por motivos de tiempo no se pudo dar al final de la partida.
Los aventureros
contemplaron como las llamas ascendían y consumían la estructura de la antigua
fortaleza antes de iniciar el camino de vuelta. Tal había sido su empeño a la
hora de prender fuego a esta antigua morada del mal, que casi no le dieron
tiempo al mago a salvar aquellos textos númenóreanos que habían encontrado y
que tenían un valor incalculable, por no olvidar las riquezas en oro y joyas
que les permitirían mejorar su nivel de vida, al menos durante unos meses.
Echando miradas
un tanto nerviosas a su alrededor, los aventureros se alejaron rumbo Minas
Anor, mientras la antigua fortaleza de Barad Gil-Dûr se consumía y se
derrumbaba causando un gran estruendo, lo que les hizo dar un respingón y
detenerse para ver la consumación de su obra. Tras unos minutos en silencio,
viendo como la última de las torres ardía y se derrumbaba , retomaron su camino.
La vuelta a casa,
si es que una ciudad extranjera en la cual no se tiene un hogar se puede
consirar la casa de uno, fue menos monótona que el viaje de ida. Arkhanor
Nolmondil estuvo la mayor parte del tiempo revisando los viejos pergaminos y
los libros que habían rescatado, buscando pistas e indicios que le indicasen
donde comenzar su búsqueda de las gemas del Guantalete del Destino, mientras la
elfa Ilthea, Olaf, del pueblo de los Beijabar y el enano Vindalf conversaban
entre sí, observando con curiosidad a su compañero mientras murmuraba entre
dientes párrafos de olvidada sabiduría. De tanto en tanto Arkhanor se unía a
ellos y les hablaba de la misión que tendrían que llevar a cabo en un futuro no
muy lejano, porque evidentemente daba por sentado que ellos iban a participar,
que para algo habían explorado la ciudadela de Barad Gil-Dûr y se habían
enfrentado al malvado Ârduthakor, y que no todo iba a ser saquear ruinas
antiguas en su vida. Para ser un excéntrico y solitario mago, era un pelmazo de
mucho cuidado.
Durante su viaje
se detuvieron en varios puestos del ejército de Gondor para dar parte a las
autoridades de lo que habían encontrado y del destino de los desaparecidos en
las tierras de Ithilien, pero las autoridades no hicieron mucho caso, tomaron
nota de su declaración y afirmaron cansadamente que “lo investigaremos”, antes
de pasar a otros asuntos tal vez más interesantes o apremiantes.
Al regresar a
Minar Anor, Arkhanor dio buena cuenta de todo el material que habían salvado y
durante semanas lo estuvo estudiando con detenimiento sin apenas dar señales de
vida, encerrado en su vieja mansión. También intentó en varias ocasiones concertar
una audiencia con el rey Tarondor pero sin conseguirlo. Un día, mientras los
tres aventureros estaban en la “Taberna del Alce” bebiendo y hablando
tranquilamente, Arkhanor llegó a dando grandes pasos. Se sentó, le quitó la
jarra de cerveza a Vindalf, y ante su atónita mirada la vació de un trago y les
comenzó a explicar lo sucedido. Había sido imposible hablar con el Rey, sólo,
cuando por fin atendieron a sus reclamaciones, fue atendido por un funcionario
de la Casa Real
que tomó nota de los regalos que les enviaban por parte de los aventureros y
del relato de lo que les había acontecido para que informarle de que “pondría
en conocimiento del rey no sólo sus presentes sino su declaración”. Arkhanor
estaba furioso “¡malditos cortesanos!, ¿como osan tratarme así?, ¡yo, que fui
miembro del Consejo Real de sus majestades Minardil y Telemnar , merezco una
atención más grande!, ¡y aunque fuese un pordiosero!, gritó antes de llenar de
nuevo la jarra del enano y volverla a vaciar ante su atónica mirada. “¡Bueno,
no pasa nada, aún sigo teniendo amistades en la Corte y usaré toda mi
influencia o lo poco que quede de ella para llegar hasta el Rey. Puede que no
sea miembro de la Corte
en estos momentos, pero muchos aún me deben favores y el nombre de Arkhanor aún
es respetable en Minas Anor”. Los aventureros se quedaron estupefactos ante la
reacción del viejo mago, pero le vieron con un impetu que nunca hubiesen
imaginado que albergase en su interior. “No os pongáis cómodos, esto ha sido el
principio. Hemos de encontrar esas gemas antes que Ârduthakor las encuentre.
Ahora estará recuperando su poder”. “No, no me miréis con esa cara, sí, le
habéis matado dos veces, pero una de ellas resucitó de inmediato y en la
segunda el Guantelete huyó con la mano de del mago en su interior, lo suficiente
para obedecerle y cumplir su objetivo, devolverle a la vida. Tal vez su cuerpo
ardiese en la torre, pero en cuanto reúna la suficiente esencia vital, renacerá
de sus cenizas, y si recupera todo su poder......¡hemos de impedirlo, y
vosotros tres me ayudaréis!” dijo mientras llenaba por tercera vez la jarra del
enano, ante su furibunda mirada.
***
Los aventureros
contemplaron como las llamas ascendían y consumían la estructura de la antigua
fortaleza antes de iniciar el camino de vuelta, mientras una mano metálica
recorría fuera de sus miradas los muros de Barad Gil-Dûr, solteando las llamas
que comenzaban a lamer las paredes de las torres. Pronto llegó a la torre
occidental y detectó con más fuerza la esencia vital que había percibido. Cinco
figuras intentaban abrir sin resultado un rastrillo, cinco orcos que estaban al
servicio de su amo. “¡Holgazanes, con más brío!, ¡Hemos de salir de aquí o
moriremos consumidos por el fuego!, ¡malditos patanes!”, gritaba una áspera voz
en una lenguaje osceno mientras se escuchaban gemidos de vano esfuerzo. De
pronto el orco que había hablado se volvió, tras haberle parecido escuchar algo
a sus espaldas, sólo para ver como una sombra se abalanzaba sobre su rostro.
Sus compañeros observaron estupefactos lo que sucedía, antes de intentar huir,
presas del pánico. Minutos después, cinco orcos, completamente consumidos y de
los cuales sólo quedaban despojos, poco más que piel y hueso, yacían repartidos
por la torre, mientras una mano metálica avanzaba rápidamente hacia la torre
oriental.
Tras llegar a su
destino se dirigió hacia el cuerpo de su amo y se unió a él. El hueso se
fusionó con el hueso, el tendón con el tendón, el músculo con el músculo,
mientras la sangre comenzaba a recorrer las venas, los pulmones se llenaban de
aire y las heridas se cerraban a gran velocidad. Al cabo de unos minutos una
figura, llena de ira y odio, se alzaba de nuevo. Tras asegurarse de que se
encontraba solo y tras comprobar de que no tenía mucho tiempo para huir antes
de que la torre se derrumbase, se dirigió al centro de la sala, miró hacia el
gran Ojo que había representado en el muro y comenzó a pronunciar palabras
antiguas de poder. El Gran Ojo comenzó a brillar mientras la estructura en la
que se asentaba comenzaba a desplazarse rotando en la pared de izquierda a
derecha para, por fin, detenerse con un brillo rojizo. El mago habló en una
lengua aspera y odiosa mientras se arrodillaba, y del Gran Ojo surgió una
espesa oscuridad que le envolvió, justo antes de que los productos químicos que
se encontraban en los sótanos explotasen y derrumbasen por completo la torre.
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